Un recorrido por la exposición ‘Otras miradas: Fotógrafas mexicanas 1872-1960’, en Casa de América. Más de 160 instantáneas que desmontan estereotipos
ESTRELLA DE DIEGO – Madrid – 03/10/2011 EL PAIS
La obra que abre el recorrido de una de las salas deja claro el espíritu del proyecto y el título es elocuente: «Mujer fotografiando hombres». En la foto anónima una mujer está a punto de tomar una instantánea de dos caballeros sentados y, justo al lado, otra imagen describe un rudimentario estudio fotográfico donde unas jóvenes comparten habilidades y lecciones con sus compañeros. Esta última obra es de Agustín Jiménez, de 1932, y su máxima rareza no radica en mostrar chicas jóvenes cámara en mano, sobre todo porque desde finales del siglo XIX esa actividad pasa a ser más que aceptable para las señoras, entre otras cosas porque exigía discreción y paciencia -decían las buenas prácticas victorianas- y, en el fondo, porque nadie se tomaba entonces la foto muy en serio -eso tan mecánico no era arte-. Lo verdaderamente extraño de esta fotografía es que se trata del trabajo de un hombre, dado que en esta fantástica exposición de la Casa de América el resto de la imágenes presentadas son de mujeres
Y el resultado de Otras miradas. Fotógrafas en México, 1872-1960, comisariada por el especialista José Antonio Rodríguez y con el aval del Museo de Arte Moderno de México, es una sorpresa muy agradable, en primer lugar, por la calidad de las copias -que proceden de prestigiosos archivos y colecciones – y, en segundo, porque comprobar el talento de tantas fotógrafas olvidadas, en México también, confirma la idea que a estas alturas todos compartimos: el mismo fenómeno de exclusiones de las mujeres se da en todas partes del globo. Aunque no solo. La muestra rompe con muchos estereotipos sobre el México «exótico» y al lado de las mexicanas se exhiben fotógrafas extranjeras residentes en el país, poniendo sobre el tapete la idea de las mujeres viajeras. Aquí se comprueba cómo «fotógrafas mexicanas» no es igual a Tina Modotti y Lola Alvárez Bravo. Hasta se diría que comparadas con algunas de las mujeres expuestas las siempre citadas no son tan deslumbrantes como la historia ha hecho creer, no porque ellas no sean excelentes, sino porque hay otras que se pueden comparar y salir airosas.
No solo salen airosas en la sala que se denomina «Modernas» -donde destaca María Santibañez con un fabuloso autorretrato y unos retratos de mujeres del gran mundo, dignos de ocupar las páginas centrales de la historia de la fotografía-, sino incluso en la primera sala donde entre las «pioneras» llama la atención Natalia Baquedano y sus retratos de familia y de un niño muerto, tan popular en el XIX internacionalmente hablando, o la joyita del viaje al Yucatán de 1876 de Alice Le Plongeon. La verdad es que la calidad de las expuestas es tal que nos hace repetir la pregunta: ¿dónde han estado estas mujeres hasta ahora? La respuesta es sencilla: tiradas en cualquier desván, como ocurrió con Claude Cahun uno de cuyos máximos coleccionistas era un carpintero en la isla de Jersey.
Por eso emociona, en la sección «Vanguardistas», ver las obras de Modotti, Kati Horna, Gisèle Freund o hasta una Frida Kahlo medio constructivista -que refrenda la tesis de que tiene poco de surrealista y que esa etiqueta es un modo de manufacturarla- al lado de Gerte Sager -llamativo su fotomontontaje y su autorretrato-, Latapí o Josefina Niggli, más conocida como guionista de Hollywood.
Sea como fuere, la última sección, «Humanistas», es una de las más sorprendentes. Mariana Yampolsky o Lola Alvarez Bravo reflexionan siguiendo la moda de «buscar América» que, igual que ocurre en los Estados Unidos en esa misma época a través de Dorothea Lange, se da en México entre 1946 y 1952. No todo es rural y «típico»: en 1941 Helen Lewitt realiza el retrato de un padre y unos niños, muy elegantes, en el Parque de Chapultepec. En fin, una exposición deliciosa, sorprendente y llena de gente visitándola -que a veces no es tan frecuente en Madrid.