LOLA HUETE MACHADO 17/07/2011 EL PAÍS SEMANAL
El museo Westlicht de viena ha salvado de la dispersión la colección Internacional Polaroid: miles de obras de artistas, conocidos o no, que son la mejor prueba del tirón que tuvo y tiene la marca.
Miles de instantes Polaroid (4.400, para ser exactos) guardados en la llamada Colección Europea han sido salvados de la dispersión por el Museo Westlicht de Viena. ¿Cómo han llegado hasta allí? Gracias a la obsesión por la magia y la luz de muchas personas de este y del pasado siglo. El primero y más importante: Edwin Land (1909-1991). «Todo lo que se necesita para tomar una buena fotografía es tomar una buena fotografía», decía este hombre polifacético, químico, atípico, apasionado, inventor de la Polaroid allá por 1947. Su objetivo era hacer real lo que parecía sueño. «Si algo merece la pena, debe hacerse hasta la saciedad», este era su lema, siempre remangado y dispuesto a resolver problemas.
Un año después presentaba su cámara Polaroid. La revolución. Disparabas… y ahí estaba, instantáneamente, en las manos, un minuto: soplar, secar… El tiempo de espera convertido en ritual: era como si unas palabras mágicas fueran pronunciadas en el corazón de la máquina (la fórmula hoy es irreproducible, ya no se fabrican algunos de sus ingredientes). Una poderosa herramienta creada de la conjunción química-arte cuya mejora fue para Land un reto: realizó constantes inversiones de tiempo y dinero para ir más allá, se pasaba noches en el laboratorio probando: parecía creer que la fotografía instantánea total era inalcanzable.
Pero ahí estaba: la mano amiga de todo fotógrafo a partir de los años cincuenta y sesenta fue la Polaroid. Millones se vendieron. Preguntes a quien preguntes entre los fotógrafos (algunos de los que publican en estas páginas, por ejemplo), han tenido su tiempo y su tempo Polaroid. Sus historias instantáneas. «Permitía ver la luz», dice Alfredo Cáliz, un fan; «además de su uso amateur, que era alto, tenía una demanda elevada entre profesionales, porque era muy útil, te daba seguridad en el resultado». La prueba de luz, de encuadre, de movimiento. Una realidad instantánea, pero también imperfecta y, por tanto, doblemente única. Y valiosa: «pinturas de luz» llaman algunos a estas obras. «El presente del pasado», así definen la pieza Polaroid en el libro From Polaroid to impossible, de la editorial Hatje Cantz, que se acaba de publicar al hilo de la exposición homónima en Viena con piezas de cientos de artistas muy conocidos y no tanto, incluso contemporáneos y recién llegados. Piezas-objeto preciosas. Y para algunos también obsesivas. Para Isabel Muñoz, por ejemplo. «Yo he tirado cientos, algunas he vendido incluso. Son piezas irrepetibles, tengo cajas y cajas llenas… Las usaba mucho para regalar a los fotografiados, les encantaba. Fue una gran compañera de viaje la Polaroid, me compré la primera con 16 años, me hice adicta. Pero con el tiempo llegué a preferir no verlas, porque… mira, recuerdo dos casos. El de una bailarina del Ballet Nacional de Cuba, tomamos un día la imagen con la Polaroid y su tutú al moverse formó una mariposa perfecta… y ya no pude parar hasta conseguirla de nuevo. Y no salía. Dos día tardamos». Y lo mismo le ocurrió con un bailarín flamenco… «Le hacíamos bailar hasta verle la suela del zapato, yo quería eso… surgía en las Polaroid y se esfumaba luego… terrible».
Alrededor de las Polaroid fluye la vida. La conservan intacta se diría (son emulsiones muy estables). Incluso hay quien construyó con ella historias de principio a fin. Quizá de las más increíbles sea la de Jamie Livingston (1956-1997), quien tomó una instantánea cada día de su vida desde el 31 de marzo de 1979 hasta su muerte de cáncer: desde la felicidad hasta el dolor (ver http://photooftheday.hughcrawford.com).
El invento de Land influyó en la fotografía y el arte. Ansel Adams, otro visionario como él, capturó ya en 1949 la belleza y la luz del valle de Yosemite (EE UU), sepia e instantáneo. Fue el primero en caer rendido: le siguieron otros artistas. Polaroid creó lo que llamaban Artist Support Program, apoyaban a jóvenes, daban cámaras y películas a cambio de obra… Land, junto a Adams y otros, fue armando una colección propia que llegó a tener 16.000 obras. Se invitaba a los creadores a aportar piezas, y lo hacían encantados.
Barbara P. Hitchcock, que trabajó tres décadas en la Clarence Kennedy Gallery (montaron 94 muestras de polaroids hasta que cerraron en 1990), lo cuenta en el libro: «No se podía ser convencional con ellos, la norma era innovar, inventar, hacer lo imposible». Surgieron también desde la casa Polaroid modelos de cámaras variadas: la SX-70, por ejemplo, tan querida por artistas de todo tipo, diseñadores, arquitectos, que Charles y Ray Eames produjeron un documental de 11 minutos en 1972 para explicar su producción y su funcionamiento, como si de una criatura viva se tratara), o la gigantesca 20×24 que viajaba a París o Londres para fotografiar a bailarines o Japón para retratar a la Yakuza.
Pero desde los noventa lo digital se hizo carne y se adueñó del mundo. «El ascenso y la caída de la imagen analógica duró un siglo, víctima de la velocidad, la misma que ella había contribuido a reducir». Pero aún hoy hay quien se plantea si la fotografía para ser tal no debería ser analógica, libre de energía adicional, software… «El instante Polaroid no es el instante digital». La obra analógica y la digital distan. Y sigue habiendo adictos. Se calcula que hay 300 millones de cámaras Polaroid activas en el mundo. Los aires del mercado y la cesión por parte de Edwin Land de la empresa (que aún existe, pero se limitan al nombre) a sus herederos tumbó esa factoría perfecta que fue un día de diseño, marketing, ventas… Caída y dispersión. La colección del fundador cayó en parte en manos de marchantes y se subastó en 2010 en Sotheby’s. Otra parte, la llamada Colección Europea, se guardó en el Museo l’Elysée de Lausana (Francia).
Mientras, empleados de Polaroid relanzaron en 2009 la idea y filosofía bajo el nombre The Impossible Project (TIP). Tenían ilusión, recuperaron la fábrica en Holanda y han conseguido producir películas en blanco y negro y en color para las cámaras 600, SX-70 e Images/Expectra 1200, con 31 ingredientes nuevos. Se han asegurado la idea y continuidad del producto. «De hecho, desde que se produce película de color para la 600 se vive un boom», afirman en la tienda Chandal de Barcelona, distribuidor oficial de la marca TIP en España (los productos se comercializan a través de ellos en tiendas de museos: Reina Sofía, Caixa Forum, Macba o CCCB).
Y se preocuparon hasta la obsesión de la colección (como haría el propio Land). Así, al fin, la parte europea la ha comprado el Westlicht por 755.000 dólares gracias al empeño de Peter Coeln, director de este museo especializado. Y al empuje de Florian Kaps, la mano que mece la cuna en TIP. «Nosotros desempeñamos el papel de agitadores analógicos… Estábamos desesperados viendo difuminarse las obras. Y dado que somos expertos en sueños imposibles…», decía en mayo en Photo. Juntos quieren protegerla, mostrarla y ampliarla. De nuevo la magia.
From Polaroid to Impossible…’, editado por Hatje Cantz. Exposición hasta el 21 de agosto en Viena. www.westlicht.com, www.hatjecantz.de