Revisé como cada día mi correo personal, pero esa mañana encontré una carta de un joven marine de la segunda guerra mundial, la carta decía así:
“Querido señor Alfred Eisenstaedt
Mi nombre es George Mendoza, aunque eso no tiene importancia y probablemente no le diga nada, pero usted me hizo famoso, fui la persona adecuada en el momento adecuado.
Corría el año 45 y el equipo de marines de los Estados Unidos acabábamos de desembarcar en Nueva York. La gente se agrupaba en Times Square debido a un comunicado que iban a anunciar. La Segunda Guerra Mundial estaba en sus momentos finales y cualquier noticia, buena o mala, era importante. Encendieron los altavoces y la voz del alcalde de Nueva York se oyó a través de ellos. “Señoras y señores, acabo de recibir un comunicado desde La Casa Blanca, la Guerra ha finalizado”. La gente estalló en aplausos y gritos. Todo era fiesta. Y entonces la vi. Era ella. Charlotte. Tan hermosa y delicada como siempre. Vestía su uniforme de enfermera, blanco inmaculado. Corrí hacia ella desesperado. La Guerra había acabado, ¡no podía creerlo! Habían pasado dieciocho meses sin verla y, por fin, todo había acabado y ella estaba allí. Era como un sueño. Llegué a su encuentro, la agarré y la besé. Y ese fue el momento que usted captó con su cámara. Sé que mi historia no tiene la mayor importancia, pero quería que usted la conociera. Tras el beso, Charlotte se separó de mí, me miró fijamente a los ojos, me abrazó con intensidad y me volvió a besar. Dieciocho meses separados y la volví a tener en mis brazos aunque solo fueran unos instantes, sentí su aliento contra mis labios, sus ojos emocionados; y sé que ella también sintió cómo mis ilusiones volvían a florecer.
Muchas gracias por leer mi carta señor Alfred Eisenstaedt
Un saludo
George Mendoza”
Terminé de leer la carta. Qué bonita historia para inmortalizar. Empiezo a recordar los detalles de esa fotografía. Iba con mi cámara Leica de 35 mm, sabía que aquel iba a ser un gran día, siempre he tenido presentimientos de ese tipo. Allí estaba yo con un carrete de 100 ISO y la cámara ya preparada con una velocidad de 1/60, todo listo para congelar un instante. n aquella época no imagine que mi foto fuera a tener tanta trascendencia. Simplemente pensaba estaba seguro que todo New York se iba a congregar allí. Entonces lo vi, una preciosa enfermera andaba muy deprisa por delante de mí, cuando se paró en seco mirando fijamente al alcalde y a los primeros marines recién llegados, el tiempo se detuvo, y de pronto un joven salto del escenario corriendo hacia nosotros, no podía imaginar que lo que este joven fuera a hacer a continuación fuera besar a esa joven. Mientras él venia corriendo, yo saqué rápidamente mi fotómetro y ajusté lo más deprisa que mis dedos me permitían el enfoque y encuadré. No tuve mucho tiempo y la mayoría de las fotos las descarté tras el revelado, bien por el ángulo, bien porque el chico era enorme y convertía a la enfermera en un adorno. Solo estas dos fueron las admitidas por mi propio criterio.
Me parecía una historia tan curiosa que debía escribirla. Gracias al periódico New Yorker por hacer posible esta publicación. Y gracias a George y Charlotte por crear tan bellísima obra de arte. La fotografía del beso de Times Square no es mía, es de ellos dos.