José Andrés Rojo, Blog El rincón del Distraído, El País.
Los poemas no se dejan explicar fácilmente. No cuentan historias, salvo en contadas excepciones. Tampoco son necesariamente metáforas, símbolos o alegorías de otras cosas, a las que se puede llegar con solo dar un salto. Los poemas son poemas. Una colección de palabras. Digamos que alguna vez te impactan, otras veces te acarician o tan solo te tocan, o te sacuden o te interpelan o te cabrean. Etcétera. En el ensayo que Octavio Paz escribió a propósito deManuel Álvarez Bravo, Instante y revelación, se ocupa al principio de sostener que la fotografía es también un arte, pese al desprecio con que la trataron poetas de la enjundia de Baudelaire. Luego entra ya en la obra del mexicano para sostener que la suya es una fotografía poética. Entre los versos que le dedica en Cara al tiempo,están estos: «Manuel fotografía / (nombra) / esa hendedura imperceptible / entre la imagen y su nombre, / la sensación y la percepción: / el tiempo. / La flecha del ojo / justo / en el blanco del instante». En la Fundación Mapfre, en su sede de General Perón (Madrid), puede visitarse ahora una exposición que reúne una formidable selección de 152 fotografías de Manuel Álvarez Bravo, más ocho proyecciones de películas filmadas en formato de 8 mm y súper 8. Nada más entrar se puede ver un colchón, una cortina, una esquina, sus figuras de papel, el estudio de un árbol que parece una vulva. Poemas todos. Formas abstractas, si se prefiere. Fotografíapura, la llamaron un tiempo, cuando la practicaban Edward Weston o Tina Modotti, los primeros maestros que influyeron de manera decisiva en el mexicano. Conviene conservar en la retina estas imágenes que están al inicio de la muestra porque reflejan de manera diáfana la mirada de Álvarez Bravo. Y es que inmediatamente después se podrán ver referencias concretas a México: a sus paisajes, sus gentes, sus calles. Pero el trabajo de Álvarez Bravo nada tiene que ver con la mexicanidad o lo exótico (así lo ven los que miran desde lejos). Lo suyo son siempre las formas y la luz: pura poesía. En su célebre imagen del obrero asesinado, por ejemplo, no hay afán de contar historia alguna ni de conseguir un impacto social, de denuncia, sino más bien otra cosa. «El realismo de esta imagen es sobrecogedor y podría decirse, en el sentido recto de estas palabras y sin el menor fideísmo, que roza el territorio eléctrico del mito y lo sagrado», escribe Octavio Paz. «El hombre caído está bañado en su sangre y esa sangre es silencio: ha caído en su silencio, en el silencio».
En un breve documental,Recursos hidráulicos, en el que Manuel Álvarez Bravo trabajó entre 1948 y 1952 vuelven a emerger sus maneras. Una imponente presa, pero también la soledad de unas dunas de arena tocadas por el viento o un cactus, y siempre la originalidad de la composición: la caída del agua o los chorros que salen con una arrolladora violencia. La exposición se divide en ocho partes: formar, construir, aparecer, ver, yacer, exponerse, caminar, soñar. Los títulos son escuetos, pero expresivos, y ayudan a definir las preocupaciones del mexicano. Él mismo fue un maestro a la hora de dar nombre a sus fotografías: Bicicleta al cielo, Los agachados, Los novios de la falsa luna… De nuevo Octavio Paz: «Los títulos de Álvarez Bravo operan como un gatillo mental: la frase provoca el disparo y hace saltar la imagen explícita para que aparezca la otra imagen, la implícita, hasta entonces invisible».
La imagen que lo dio a conocer, Tríptico cemento-2, que supone la incorporación de la fotografía mexicana a la corriente moderna, tiene algo de pieza constructivista. Nada más que líneas rectas, gradaciones de grises, texturas diferentes. Pronto incorporó las calles de México a su imaginario, pero lo hizo a su manera. Carteles, números y letras, dibujos de caballos, maniquíes, corbatas, reflejos. Su forma de acercarse a las cosas siempre fue peculiar, tirando a la sobriedad, haciendo de la sencillez su personalísima marca de estilo. Sus imágenes de desnudos tienen también una rara intensidad. Tapa algo para reforzar lo que descubre. Unas cuantas vendas cubren algunas partes del cuerpo de una mujer yacente. Un seno junto a al echarpe que cubre el resto del cuerpo.
Si hubiera que elegir un único punto en el que detenerse a lo largo de la exposición, quizá podría ser el punto de luz que toca el hombro de la muchacha de la fotografía El ensueño (en la imagen). Con una delicadeza extrema Álvarez Bravo apunta ese pequeño lugar, lo ilumina y calla. A partir de ahí surge todo lo demás, como escondido en la penumbra: la naturalidad del gesto de apoyar la cabeza en su mano, la flor en el cabello, el pliegue del vestido, el discretísimo movimiento de la pierna. Luego está el marco: la rejas de la barandilla, la pared del fondo, las baldosas del suelo, la puerta. Lo dijo también el gran muralista Diego Rivera, un artista cuya mirada está justo en las antípodas de la de Manuel Álvarez Bravo: «Se desprende de sus fotografías una profunda y delicada poesía, una ironía sutil y desesperada, como esas partículas que, suspendidas en el aire, hacen visible la luz que penetra en una habitación sumergida en la oscuridad». Nada más que un punto para verlo todo.