Muchas historias inventadas y rumores circulan sobre la fotografía que tomé aquella tarde solitaria y fría de 1950. Las calles de París siempre están llenas, gente que va y gente que viene, momentos que observar, encuentros entre conocidos, alegrías, llantos…
Normalmente me gusta pasear y observar a la gente que pasa por delante de mi, lo cotidiano y fotografiar lo realmente espontáneo. Es difícil no captar una imagen y ver que hay algo más allá, normalmente hay varios elementos que destacar. Había quedado para charlar con un viejo amigo y ver cómo la suerte nos había acompañado a lo largo del tiempo que llevábamos sin vernos. Siempre llevaba conmigo a mi Rolleiflex, que tantos momentos había visto. No recordaba que la espera fuera tan amarga. El tiempo pasaba y no llegaba, pero en uno de esos segundos mirando el reloj alcé la mirada y vi algo realmente sorprendente, algo que debía de ser inmortalizado con mi Rolleiflex.
No supe fijarme en lo de alrededor, solo en esa pareja. Una pareja que en pleno siglo XIX hizo que por unos segundos el tiempo se congelase con un beso. La gente que pasaba por su lado continuaba con sus vidas, ni siquiera una mirada ante aquel momento y, sin embargo, ahí estaba yo observando con atención y preparando para inmortalizar aquel momento apasionado.
Mi cámara es una TLR. La cogí y puse una velocidad baja que captara a la perfección ese beso pero que lo demás no fuera importante aunque si se le diera una segunda lectura a la fotografía nos fijásemos, un f8 para un enfoque normal, y con un teleobjetivo. Todo estaba listo, así que enfoque bien y apreté el botón.
En la fotografía hay muchas historias, aunque si ha sido realizada es por la principal. Un hombre sentado en una terraza, se ven otros dos hombres caminando sin hacer ningún caso, quizás las preocupaciones y pensamientos de aquellas personas eran tan grandes que ni si quiera se dieron cuenta y continuaron. Nunca se sabrá con exactitud, pero sí se nota cierta indiferencia.
Cuando los jóvenes se despidieron la vida en aquella calle de París continuó sin ese toque apasionado que pocas veces había sido visto por aquellos años, por eso decidí tomar la fotografía. Continué observando cuando mi gran amigo llegó, le conté lo ocurrido y prometí enviarle una copia de aquella fotografía, de aquel beso.
DOISNEAU,PARIS 1950