Dalí Atómico, de Philippe Halsman. Recreado por Teresa Arroyo, de 1º de Foto de la EAAB.
No me cuesta recordar los detalles del día en el que realizamos esta fotografía, y aunque veo que se ha recopilado mucha información, se han interpretado muchas historias, yo contaré todo lo que sucedió en el transcurso de esa tarde tal y como fue, pues lo recuerdo como si no hubiese pasado el tiempo, cosa que no deja de ser tan surrealista como la propia foto, ya que estoy muerto.
Realicé la fotografía en 1948. Por aquel entonces ya llevaba unos ocho años viviendo en New York, y muchas más considerándome amigo de Salvador Dalí. Y eso no era fácil si no compartías las mismas inquietudes que él, pues en ocasiones su ego y excentricidad podían saturar a cualquiera. No obstante, yo le admiraba, y en algún momento creo que tuvimos influencias recíprocas.
Llevaba ya tiempo gestando la serie de fotografías sobre saltos, lo que se ha denominado “jumpology”. No podía parar de imaginar quién iba a ser el siguiente retratado, quién iba a saltar frente a mi objetivo, a quién iba a capturar con una velocidad de obturación rapidísima, para así congelarlo. Me entusiasmaba el proyecto, así como sus protagonistas, que cuando aceptaban se exponían a mostrarse tal y como eran, sin máscaras, sin control absoluto de sus gestos, sus movimientos.
Dalí por su parte, además de cultivarse como personaje público, vivía quizás a temporada más fructífera de su carrera en Estados Unidos. Había terminado una obra cuyo contenido y título me fascinaban. “Leda Atómica” representaba la historia contemporánea y la vida en sí mismas y había llevado al artista meses de trabajos matemáticos.
Un día en mi estudio, pensando en la relación que ese cuadro podría tener con mi serie de fotografías de saltos, me encontré con una idea de la que ya no me pude deshacer. La colaboración con Dalí en mi proyecto se tenía que convertir en real, él podía llevar más allá mi idea, protagonizando una de las fotografías, y entre los dos podríamos componer una nueva versión del cuadro, de su filosofía, con los componentes en el aire que no se tocan entre sí, y que crean un misterio y a la vez una imagen llena de significados. Le pedí por tanto que viniese al estudio, y trajese su cuadro. Cuando le comenté la idea, él también se entusiasmó, y nos pusimos a elaborar una composición llena de simbolismos.
Tomamos como referencia además de todo lo planteado en el cuadro de Salvador, una fotografía de Harold Edgerton titulada “Coronet”, donde se puede ver una gota de leche impactando contra una superficie lisa, en el mismo momento en el que la salpicadura forma una corona. Supimos que tenía que tener elementos que implicaran que la fotografía se hiciera con velocidad, como pasaba con las otras fotos de saltos. La idea de suspensión era una constante. Planeamos hacer estallar un pollo para captar justo el momento, o derramar leche, pero ambos coincidimos en que se nos hubiera criticado bastante, perjudicando y alejando al público de lo que queríamos transmitir. Sustituimos la leche por agua, e introdujimos como elementos a mis gatos. También necesitábamos ayudantes. Mi mujer se ofreció voluntaria para sujetar una silla en primer plano, de manera que pareciese que levitaba. Mis ayudantes de encargarían de arrojar agua, gatos y elevar mediante cables cuadros y caballetes. Todo sincronizado con Dalí, que saltaría paleta y pincel en mano. Los cables implicaban un trabajo posterior, para tratar de eliminarlos, y habría que tener cuidado con no mojar los cuadros. La toma era difícil, nos costaría varias repeticiones, pero eso ya lo había experimentado en otras ocasiones. No sabía entonces que serían tantas.
Nos reunimos la tarde siguiente para llevar a cabo la fotografía. Dispuse mi cámara de placas, con la que solía realizar este tipo de fotografías en mi estudio. Eso me iba a permitir revelar cada placa después de las tomas, y comprobar si era lo que quería. Coloqué en ella una placa en blanco y negro, y prepare otras cuantas. Dispuse una iluminación artificial, dura. Usé mucha intensidad para que no tener que recurrir a una sensibilidad que luego me diese mucho grano, y debido a los diferentes planos en el espacio, necesitaba además profundidad de campo, por lo tanto un diafragma algo cerrado, además de tener en cuenta que para congelar el movimiento iba a usar una velocidad muy alta de obturación, por lo que necesitaba luz en abundancia. Utilicé un f11, y una velocidad de 2000. Tras varias pruebas, la bajé a 1000. Me gustaban las tomas que iba consiguiendo, los objetos algo contrastados con fondo blanco, los elementos que me daban cierto recorrido visual, así como una imagen con un gran dinamismo y fuerza. Lo que no conseguía era una sincronización exacta, por lo que tras cada disparo, yo me disponía a revelar la imagen, Yvonne, mi mujer, intentaba tranquilizar a los gatos y mis ayudantes limpiaban el agua, mientras que Dalí estaba pletórico y no deseaba más que repetir.
En una de las tomas se veía a un ayudante, en otra Dalí no saltaba a tiempo, o el agua no parecía expresiva, y en otra imagen un gato se cruzaba con Dalí tapándole la cara, lo que desestabilizaba toda la composición. Tras tres horas aún no habíamos conseguido la toma definitiva, si bien los parámetros técnicos y la composición, la función de cada elemento que intervenía, estaban claras. Nos habíamos dado cuenta de la importancia del chorro de agua, debía ser vigoroso, el caldero debía levantarse al arrojarlo para que el agua describiera una curva en su trayectoria que atravesara la imagen pero respetando a Dalí. Los gatos debían volar desde el lado opuesto, y la silla en primer término debía crear un cierto desasosiego por salirse de la escala debido a la cercanía. Pese a que llevábamos horas trabajando, nadie se quejaba, y seguíamos intentándolo, pues creo que todos atisbábamos la gran fotografía que estábamos a punto de hacer.
Tras 28 intentos, lanzamientos de gatos, 28 suelos empapados, 5 horas, conseguimos la toma deseada. Todos estábamos cansados pero eufóricos. En el positivado final tan sólo tuve que tapar los cables, como ya había planeado, y corté algo la foto, para reencuadrar al mi amigo Salvador y eliminar las manos de Yvonne sujetando las patas de la silla.
Al día siguiente, Dalí vino a casa, pues quería volver a ver el resultado. Al abrir la puerta, mis gatos escaparon.
Teresa Arroyo