Juan Peces. El País 29/10/2012
La Tate Modern muestra el deslumbrante trabajo de dos autores que rompieron moldes
Ambos usaron la fotografía documental como arma de comunicación
A París y Londres les separan menos de 400 kilómetros, menos de tres horas en tren subacuático y menos de lo que se intuye en cuanto a estilos de vida. Les une, entre otras cosas, un amour fou —desbocado e irreductible— por la fotografía.
Quien quiera comprobarlo puede leer las palabras que le dedica el director de la revista de fotografía más antigua en activo —y la más prestigiosa—, el British Journal of Photography, a la doble exposiciónWilliam Klein + Daido Moriyama, inaugurada este mes en la Tate Modern: “La exposición de fotografía más importante que podrá verse en el Reino Unido en una generación”. Simon Bainbridge se refería así, con una hipérbole sintomática de la pasión que ha despertado, al primer gran proyecto del nuevo comisario de fotografía de la Tate, su tocayo Simon Baker.
La muestra, que podrá verse en la capital británica hasta enero, forma parte de una vehemente reivindicación de la obra de dos maestros de la fotografía callejera y la experimentación formal aplicada al documentalismo, de cuyo legado siguen alimentándose las nuevas generaciones.
La misión evangelizadora sobre Klein y Moriyama se hace patente también en las exposiciones William Klein. Paintings, Etc., en la galería Hackelbury, y Tights and Lips en la Michael Hoppen, ambas en Londres. Y París da la réplica a su prima londinense con el ciclo otoñal que le dedica a Moriyama la galería Polka, valedora en París de ambos artistas.
Lo primero que se encuentra el visitante cuando entra en la parte dedicada a Klein es una proyección del cortometraje del fotógrafoBroadway by Light (1958), una inmersión en la jungla de neón de Times Square puntuada con textos de Chris Marker. En su introito, el recientemente fallecido cineasta afirma: “Los norteamericanos, para consolarse de la noche, inventaron Broadway (…). El espectáculo más fascinante, el objeto más precioso, es la calle transfigurada por sus signos publicitarios”.
Ahí tenemos una declaración de intenciones sobre lo que habría de ser el futuro de la fotografía moderna, reflejada en una película. ¿En qué sentido? Como demostración de que la captación que hace un fotógrafo de la realidad puede no tener una pretensión artística o meramente estética y, sin embargo, tomarse unas cuantas libertades formales para trasladar un mensaje sin limitarse a la mera transcripción o análisis de lo que ve.
Y en eso coinciden Klein (Nueva York, 1926) y Moriyama (Ikeda, Osaka, 1938), dos autores que a través de su carrera rompieron con muchos moldes, hicieron arquearse unas cuantas cejas y demostraron que la creatividad aplicada a la fotografía documental puede servir para comunicar tanto como el fotoperiodismo tradicional (herejía).
Los primeros planos desenfocados, los detalles que reclaman su protagonismo desde un rincón inicialmente desapercibido de la imagen, las simetrías supuestamente casuales pero buscadas a conciencia, las composiciones de personajes aparentemente coreografiados, la utilización del grano y los objetos en movimiento, las sobreexposiciones que fuerzan al ojo a anular todo lo accesorio… todo está en los centenares de imágenes de Moriyama y Klein que retratan la urbe y sus habitantes, ya se trate de Tokio o Nueva York.
Según explicaba Simon Baker a la prensa, la muestra está dividida por la mitad como una red de tenis —o como el margen de un fotolibro con dos lecturas distintas, cada una con su propio recorrido—, porque se busca que el visitante descubra a cada autor pero al mismo tiempo pueda contrastar sus estilos e influencias cruzadas.
De Klein se muestran sus primeros experimentos de pinturas con luz, las fotos que tomó de sus murales pintados en movimiento —origen de su interés por la fotografía—, las imágenes que dieron origen a sus fotolibros más conocidos (Roma, Nueva York, Tokio), sus contactos pintados… “Es una coincidencia extraordinaria”, destacaba Baker, “que Moriyama acabe de publicar el libro Labyrinth‘ (Aperture), con sus contactos pintados”.
Si en la obra de Klein se aprecia la influencia de Marker y el universo neorrealista del realizador Federico Fellini —de quien Klein fue asistente en Las noches de Cabiria—, en Moriyama se plasma la influencia, según Baker, de Jack Kerouac y su celebrada En el camino y de Andy Warhol. Moriyama dedica una parte de su vida, en efecto, a emular el viaje de descubrimiento, como revelan sus series sobre las vías que confluyen en Tokio.
Su documentación del barrio de Shinjuku, su colaboración con las revistas Provoke y Record/Kiroku, la influencia del maestro Shomei Tomatsu (visible en otra ineludible muestra en el Barbican, Everything was moving), las variaciones de fotolibros con fotocopias, los experimentos con Polaroid… son solo una representación de la vasta carrera de Moriyama, que también participa en la exposición colectiva del MoMA de Nueva York (Tokio 1955-1970: Una nueva vanguardia), a partir de noviembre.
Simon Baker ha querido completar su homenaje a Klein y Moriyama con la publicación ad hoc, por parte de la Tate Modern, de dos ensayos/catálogos en los que se invita a lector a participar en una conversación con dos personas enamoradas de su obra: el propio Baker (Moriyama) y David Campany (Klein). La editorial Contrasto publica, asimismo, el volumen William Klein. Paintings, etc., sobre la muestra homónima en la Hackelbury.