EL PAIS, 22de octubre de 2012. XAVI SANCHO
“Toda la culpa es de la película Blow up. Maldita sea, parecía tan guai ser fotógrafo”. Richard Kern (Carolina del norte, 1954) está sentado en un sofá en la barcelonesa galería Mitte, donde hasta el próximo 23 de octubre se podrá disfrutar de Radical Beauty, una muestra en la que se exhiben 30 de sus más celebradas instantáneas de mujeres desnudas en lo que podríamos llamar su intimidad. En las series del retratista, las chicas, con toda naturalidad, sostienen su Iphone con los pechos o exhiben a la vez su desnudez y los medicamentos que consumen habitualmente. Kern mira alrededor, se acomoda de nuevo y frunce el ceño. En las paredes aún cuelgan las fotografías de la exposición anterior. Las suyas aún no han llegado. “Mañana esto estará lleno de fotos de mujeres desnudas y mira ahora… ¡danza! ¿No es maravilloso el mundo del arte?”
Lo que hace el estadounidense parece hoy algo muy parecido a la norma. Existe Terry Richardson y existe Suicide Girls, la web que democratizó el onanismo en el underground. ‘Ya que enseñamos los tatuajes, pues de paso también mostramos las tetas’, pensaron a la vez miles de adolescentes fans de Nine Inch Nails de medio mundo.
Flirteando con la cotidianidad, la naturalidad y el erotismo en su vertiente menos coreografiada, Kern parece hoy rabiosamente contemporáneo, demasiado incluso para alguien con su trayectoria y su edad. Pero hay un secreto aquí: el inventó todo esto. “Es que no sé hacer otra cosa”, interrumpe, intentando atajar a tiempo cualquier asociación con tendencias o fotógrafos actual. “Siempre he hecho lo mismo. La única diferencia es que ahora soy mayor. Las chicas que retrato me ven como un abuelito y me cuentan otro tipo de intimidades. No hay demasiado secreto en lo que hago. Una de las claves siempre ha sido conocer a la chica. Por ejemplo, antes de venir a Barcelona he pasado por París para hacer una foto. He pasado unos días allí con la chica y al final ha salido algo bueno. Así es como trabajo. No es muy operacional, pero me funciona”.
Este método basado en lograr cierto tipo de intimidad con la modelo es clave para lograr que la chica acepte feliz aparecer mostrando sus pechos y mordiendo una sandía, sosteniendo un entrecot contra su mejilla, o con la cabeza en la taza del wáter. Por eso Kern anda algo mosca con el taller que le han organizado para mañana. “Se ve que hay unas personas que han pagado 300 euros por verme fotografiar. ¿No estabais en crisis, vosotros? En fin, alguien se va a decepcionar porque mi método no tiene ninguna mística. Lo único que temo es que no sé trabajar con chicas que no conozco. Con una desconocida y ante una serie de gente a la espera de descubrir mi gran truco, no creo que pueda alcanzar esa intimidad”.
A pesar de ser una persona que exhibe la sana actitud de no tener intención de ir a ningún sitio en concreto, Richard Kern es en realidad alguien que está ya de vuelta de todo. A finales de los setenta, en plena efervescencia del East Village neoyorquino, arrancó el fanzine Heroine Addict, un artefacto de arte underground que resultó profético: al poco, era adicto a la heroína. “Fue culpa de la Velvet”, bromea. “Ya sabes, la canción Heroin y todo eso… Pero no me preguntes sobre esa época, que recuero poca cosa”.
Ya en los 80, cuando Heroin Addict pasó a llamarse Valium Addict, el fotógrafo empezó a experimentar con el cine, produciendo una serie de inquietantes cintas, cuyo cénit creativo sería Manhattan love suicides. Dirigió el vídeo del tema de Sonic Youth, Death valley 69, en el que participaba Lydia Lunch, una de las primeras personas que retrató y una figura que le marcó. “Vive en Barcelona, ¿no? Uf, no sé si llamarla…”, interviene el artista, que prefiere no ahondar en la relación que mantiene en la actualidad con la señora que fundó Teenage Jesus and The Jerks cuando era camarera del mítico CBGB.
Ya en los 90, en pleno proceso de asimilación por parte de la cultura masiva de todo lo que oliera a underground, las fotografías de Kern empezaron a aparecer en revistas como Purple, Playboy o GQ, pero también en publicaciones porno comoBarely legal, Tight o Live Young Girls. “Y entonces llegó al revista Vice. Me llamó un día Tim Barber, que era el editor fotográfico, y me propuso un portfolio de moda con profesores como protagonistas. Dije que sí. Es curioso porque ahora no creo que aceptara un encargo de esas características, y lo que hice poco tiene que ver con lo que soy y con lo que después fotografiaría para la revista”.
La relación que el medio estableció con Kern ayudó a propulsar una nueva estética en el erotismo. Exactamente, la que aún impera hoy: todo el mundo con Iphone parece creerse un fotográfo y todo el que tiene culo sobre el que sentarse piensa que debe fotografiárselo. “No sé si la gente es más exhibicionista que antes. Lo único es que se ve más, porque es más barato y fácil hacerse fotos y mostrarlas en publico. Muchos colegas se resistieron durante años a pasarse al digital. Para mí fue genial. Más barato, rápido y cómodo. Solo debes sentirte amenazado como profesional si no tienes una mirada propia. Entonces, te quejas de que cualquier turista puede pensar que es un fotógrafo profesional. Yo me siento muy cómodo en este nuevo entorno”, sentencia el fotógrafo, quien tras el éxito de Action su libro para Taschen, está preparando una nueva colección de imágenes de jóvenes con poca ropa y mucha historia.
“No me puedo creer que se haya vendido esa foto”. Kern señala una de las instantáneas sobre danza que cuelgan de la pared. “¡3000 euros! Buff, y luego dicen que lo que más vende es el sexo…”