EUGENIA DE LA TORRIENTE 04/12/2011 EL PAIS SEMANAL
Un oasis en el avispero de las quinielas sobre quién será el nuevo director creativo de Dior. El fotógrafo Patrick Demarchelier captura en un libro los mejores trajes de alta costura creados en los 64 años de historia de la casa.
Los majestuosos jardines del Museo Rodin en París son un lugar apropiado para que las cosas empiecen o acaben. Son tan bonitos, ordenados y evocadores como para otorgar la trascendencia que todos anhelamos -y raramente logramos- para el principio o fin de las cosas. Por motivos que no guardan necesaria relación con las expresivas esculturas que este espacio alberga, es un lugar recurrente para los momentos de cierto dramatismo de la moda reciente. Aquí se despidió Valentino de su oficio y Tom Ford cerró su etapa en Yves Saint Laurent. Se vio el último desfile de Dior con John Galliano y también el primero sin él. En otro orden de cosas, tal vez menos tenso, fue en este bucólico entorno donde vimos a Carla Bruni, por primera vez, en una película de Woody Allen.
Una tarde de julio de 2010, en estos jardines, Patrick Demarchelier disparó las primeras fotografías específicamente pensadas para el libro Dior Couture, que ahora edita Rizzoli. Una publicación que inmortaliza un centenar de piezas de alta costura creadas en los 64 años de historia de la casa, es decir, entre 1947 y 2011. Aquella sesión tuvo lugar justo después de que se presentara la colección de Dior para otoño-invierno 2010, una de las mejores de la última etapa de John Galliano como director creativo. El diseñador británico entregó entonces una secuencia de mujeres-flor de intensos colores que suscitó admiración generalizada. La extrema delgadez que él exhibía cuando salió a saludar, disfrazado como un cazador de mariposas, hubiera debido alertarnos a todos de los problemas que acabaría esgrimiendo como causas del lamentable incidente que provocaría su salida de la firma en marzo del año siguiente, a los 50 años.
Una tarde de julio de 2010, en estos jardines, Patrick Demarchelier disparó las primeras fotografías específicamente pensadas para el libro Dior Couture, que ahora edita Rizzoli. Una publicación que inmortaliza un centenar de piezas de alta costura creadas en los 64 años de historia de la casa, es decir, entre 1947 y 2011. Aquella sesión tuvo lugar justo después de que se presentara la colección de Dior para otoño-invierno 2010, una de las mejores de la última etapa de John Galliano como director creativo. El diseñador británico entregó entonces una secuencia de mujeres-flor de intensos colores que suscitó admiración generalizada. La extrema delgadez que él exhibía cuando salió a saludar, disfrazado como un cazador de mariposas, hubiera debido alertarnos a todos de los problemas que acabaría esgrimiendo como causas del lamentable incidente que provocaría su salida de la firma en marzo del año siguiente, a los 50 años.
Aquel día, el fotógrafo francés, como muchos otros, quedó subyugado por la extraña belleza de aquellas flores de invierno recortadas en el luminoso vergel. «Fue un momento de gracia», admite. «Tras el desfile, todas las modelos estaban en el jardín. Estaba feliz y me dije: ‘esto es fantástico». Demarchelier recuerda los primeros disparos de este proyecto sentado en un banco en los mismos jardines. Ha pasado más de un año y la conversación tiene lugar un día de octubre extrañamente caluroso. Otro desfile acaba de terminar. El de la segunda colección de Dior sin John Galliano. El equipo que comanda su antiguo ayudante Bill Gaytten -a la espera de que se nombre un nuevo director creativo- ha mostrado un trabajo plácido que busca lograr un efecto sedante en la agitada actualidad de la casa.
Involuntariamente, lo mismo podría decirse del libro de Demarchelier. En el avispero de quinielas sobre quién podría suceder a John Galliano como director creativo, sus fotografías son un refugio de homenaje, admiración y respeto por el trabajo de quienes han estado al frente de la más emblemática firma de alta costura de París. Tras la súbita muerte de Christian Dior en 1957, le sucedió brevemente su ayudante Yves Saint Laurent, y después, Marc Bohan (que estuvo casi 30 años en el puesto), Gianfranco Ferré (entre 1989 y 1996) y John Galliano (desde 1997 hasta 2011).
La idea de ‘Dior Couture’ surgió tres años atrás, mientras Demarchelier realizaba un reportaje para la revista Vanity Fair. Por desgracia para la narrativa de este artículo, no fue mientras contemplaba El pensador, acaso la más famosa escultura de Auguste Rodin, sino en los talleres de alta costura de Dior. Que siguen ubicados en el mismo número de la avenida de Montaigne, el 30, donde Christian Dior abrió su primer local en 1947. «Era la primera vez que estaba allí y quedé fascinado», recuerda el fotógrafo. «He incluido una foto de los artesanos al principio del libro, porque me inspiraron gran respeto. Quise revivir y mostrar la alta costura de la casa, del pasado al presente». Para ello utilizó algunas imágenes de su archivo -realizadas para revistas como Vogue o para el calendario Pirelli- y disparó otras nuevas.
Durante un año y medio, los trajes de alta costura han viajado desde París hasta Shanghái o Nueva York. El objetivo era que las fotografías captaran entornos y situaciones diferentes. También por eso se han realizado en colaboración con varias estilistas. «Un libro que solo muestra un tipo de instantáneas (por ejemplo, desnudos o retratos) puede volverse monótono. Me gusta la variación, la sorpresa. El tema era la alta costura y eso me permitía un gran abanico de fotos. Quería sorprender a los lectores». Se nota ya desde su anárquico discurso que Demarchelier, de 68 años, huye del aburrimiento. Afincado en Nueva York desde 1975, fue allí donde empezó a trabajar como fotógrafo. «Sucedió por casualidad», confiesa. Tenía 17 años cuando su padrastro le regaló su primera cámara, pero cuando se instaló en Estados Unidos su trabajo despertó el interés del tipo que le revelaba las fotos. Fue él quien le animó y le puso en contacto con profesionales. Empezó a colaborar con medios y marcas y se forjó una carrera ecléctica. A lo largo de más de treinta años de profesión, una cierta elegancia en la mirada ejerce como único hilo conductor. En 2008 se exhibieron en el Petit Palais de París 400 de sus retratos. Imágenes que tratan con el mismo mimo a Diana de Gales y a su perro. «Lo que más temo es la rutina», admite con una dicción tan bailarina y característica que parece llamada a confirmarlo.
«No puedes más que amar la alta costura. Es el sueño de un fotógrafo. Los materiales, la ejecución, los infinitos pequeños detalles, la precisión, la gran cantidad de trabajo escondido bajo esa belleza y perfección. Como fotógrafo anhelas inspirar un sueño, pero con los vestidos de alta costura, el sueño ya está ahí», afirma. Se ríe bajo el ardiente sol de un verano que se niega a terminar por mucho que el calendario se empeñe en que ha llegado el turno del otoño. Luz que vence a la tormenta es también lo que consiguen sus fotos. Permiten que en este momento de incertidumbre Dior se reconcilie con su historia y reivindique el legado de todos sus diseñadores.