BORJA HERMOSO 15/05/2011 EL PAIS SEMANAL
Se hace llamar Jr. Este joven francés de 28 años le da otra vuelta de tuerca al arte callejero. Sus intervenciones en las favelas de Río de Janeiro o el muro de Jerusalén apuestan por el combate artístico y social. Se ha convertido en un nuevo gurú mundial. Nos recibe, locuaz y peleón, en su estudio de París.
Se llamaba, se llama, Benedita Florencio Monteiro, nombre que, de no haber estado hecha aquella mujer de carne, hueso y mares de lágrimas, parecería directamente sacado de un manual del realismo mágico. Benedita vivía, vive, en la favela Morro da Providência, uno de los lugares más peligrosos del mundo pese a estar situado en el mapa de uno de los países económica y socialmente más prometedores del mundo. Un ámbito salvaje poblado por gentes temerosas o resignadas y capitaneado por los caudillos del temible Comando Vermelho, una de las más sanguinarias avanzadillas del narcotráfico brasileño; infierno en tierra, una jungla con barrotes de plomo, colina maldita, un abrevadero para ángeles caídos camino del purgatorio y todas las demás cosas terribles que se le quieran llamar
Y allí, en aquel lugar imposible aunque real, se plantó un día un tal JR. Y la vida dejó de ser la misma en los recovecos de la favela, al menos por un tiempo, al menos mientras aquel tipo estrafalario y francés de sombrero y gafas negras, mezcla indisoluble de arrojo, chulería y arrobas de inconsciencia, armado de cámaras de fotos, botes de cola y ristras de papel, se dedicó a retratar en 28 milímetros a los habitantes de Providência, incluida Benedita Florencio Monteiro, a quien meses antes los narcos rivales de la favela Mineira le habían matado un nieto de 23 años, tiroteado cinco veces en la cara primero y cortado a trozos después. Y todo por 60 reales: los que se embolsaron los cuatro o cinco policías que habían detenido al joven para venderlo como carne de venganza.
El cruel contexto de Morro da Providência se convirtió, así, en uno de los muchos escenarios donde JR logró poner en pie su personal negación de la utopía y su apuesta por el combate… artístico: un ejercicio consistente en fotografiar a los habitantes de las zonas más deprimidas del planeta y después inmortalizarlos en copias gigantescas pegadas sobre soportes poco o nada usuales, como fachadas de casas en ruina, techos de trenes en vía muerta, tejados de las chabolas de hojalata o inmensos depósitos de agua o combustible. En el caso de Providência (2008), la acción se enmarcaba en un proyecto que, bajo el título genérico de Women are heroes (Las mujeres son heroínas), aspiraba a dar voz a la condición femenina en lugares en los que se encontraba especialmente vapuleada. Un proyecto que también incluyó territorios como Sierra Leona, Liberia, Kenia, Sudán, India y Camboya. Proyecto que quedó luego narrado en forma de libro y, sobre todo, de película: un documental seleccionado el año pasado dentro de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes.
Considerado hoy día como una verdadera estrella del arte callejero (él odia esa denominación y prefiere autodenominarse «artivista» o «fotografitero»), JR, así, a secas -solo iniciales porque él lo ha decidido-, recorre el mundo junto a su estrecho círculo de amigos y colaboradores interrumpiendo el día a día atroz de la gente peor parada… y jugándose el tipo. Esa irreprimible afición a colocarse al borde del precipicio y ese constante coqueteo con el peligro (en la favela de Río de Janeiro tuvo que interrumpir la instalación porque se vio envuelto en un tiroteo) es precisamente lo que le diferencia de otras figuras del street art, como el británico Banksy, el italiano Blu o el estadounidense Shepard Fairey, también conocido como OBEY, gente a la que admira, pero con la que no comparte métodos, embajadores de una disciplina de cariz libertario y punk a la que la especulación inversora ha acabado convirtiendo poco menos que en productores bien pagados de arte para ricos.
¿El objetivo de JR?: establecer a través de la imagen, la palabra y la acción un nuevo modelo artístico: un arte que coloca en el mismo plano al artista -él- y su objeto -los pobladores de los sitios que visita-. También lanzar al aire una sonora denuncia contra lo que considera dictadura progresiva de las marcas publicitarias y su invasión directa o sotto voce de los escenarios del mundo. Y en general, alzarse como un megáfono de los sin voz: «No es ecologismo, ni caridad ni ayuda humanitaria», dice por adelantado. «Solo es arte, yo no puedo resolver lo que los políticos no resuelven». ¿Solo arte? Hay que dudarlo: es indudable el mensaje político implícito en esas gigantescas fotografías. De hecho, él mismo admite que «usar la ciudad y el espacio público como galería ya es algo político». De igual forma, JR conserva entre sus fobias favoritas a los medios de comunicación de masas, y en especial ciertas lecturas que de los conflictos sociales hacen esos medios. Aunque es muy educado y hoy, que recibe a un periodista, no hace alusión al tema.
No es seguro que JR haya profundizado de forma sesuda en la línea argumental expuesta por el filósofo francés Michel Serres en su libro El mal limpio, pero queda claro que sus acciones siguen al pie de la letra las denuncias que en su día lanzara Serres contra lo que acuñó como «polución dulce», en clara referencia a la agresividad de las grandes corporaciones mundiales y sus ansias publicitarias.
Los códigos que JR se autoimpone e impone a sus colaboradores, que desde hace 10 años le acompañan por todas partes, son intransigentes: nada de mecenazgos -«que muchas veces son publicidad encubierta»- y cero relación con las marcas publicitarias o institucionales, o sea, nada de anuncios. «Y es duro, porque a veces nos han hecho ofertas a cambio de sumas que nos permitirían trabajar tranquilos y vivir muy bien durante unos años, pero somos tajantes en eso, y cada vez que hemos dicho no a ofertas así, curiosamente, hemos salido reforzados», explica. Su única vía de financiación es la venta de algunas de sus obras en galerías de arte, obras que pueden alcanzar fácilmente los 30.000 euros. «Me parece la forma menos mala de obtener medios», sostiene.
Una vez que el código de actuación ha quedado establecido por JR, la fórmula es sencilla: se sigue hasta sus últimas consecuencias. «A veces es muy duro decir no, pero así es la cosa, y eso que yo soy un apasionado de todo lo que tiene que ver con el street marketing, el mecenazgo encubierto y todo ese tipo de cosas relacionadas con la publicidad indirecta, una disciplina en la que me he encontrado a verdaderos genios», explica JR, un tipo eléctrico / ultranervioso que en el transcurso de la entrevista se levantará y se sentará como 30 veces de un enorme cojín de escay. Al fondo del estudio, una enorme acumulación de cajas acústicas con primeros planos de miradas sobreimpresionados preside el espacio. El lugar no sugiere el hogar de un activista libertario ni de un terrorista del arte, sino más bien el refugio distraídamente chic de un personaje de moda. El discurso rococó y espídico del personaje puede resultar insoportable en algunos momentos: no importa, ahí está su trabajo, arte nuevo.
Zorro viejo en las pantanosas aguas del mundo de la publicidad encubierta pese a sus 28 años, JR se indigna con la versión que considera más nociva: la comunicación y el marketing publicitario camuflado de ayuda humanitaria: «¿De verdad es eso sano para una sociedad?», pregunta. «¿Es sano que una marca de refrescos ande por ahí diciendo que trabaja para que todo el mundo tenga agua potable…? Me parece que se instrumentaliza a la gente de mala manera, y cuanta menos cultura tiene, mejor, claro».
Su innegociable (por ahora) negativa a ser relacionado con cualquier anunciante supone todo un acto de fe que no le impidió cosechar un sonoro éxito en el país donde las diversas modalidades más o menos sinceras de mecenazgo y marketing publicitario son reinas, EE UU. El pasado octubre, JR obtenía el prestigioso Premio de la Conferencia TED (Tecnología, Ocio y Diseño), que en ediciones anteriores tuvo en su palmarés a personajes como Bono, el cantante de U2, el expresidente Bill Clinton o el músico José Abreu, y que recompensa a personas que de alguna manera hayan contribuido a cambiar las cosas en el mundo. JR decidió invertir los 100.000 dólares del premio en un nuevo proyecto -el que ahora mismo le tiene ocupado, y que él ha titulado Inside Out-, consistente en devolver un retrato tamaño póster a todo aquel que le envíe una foto suya, aunque sea de carnet; la única condición para ello es que el interesado pegue su propia imagen en algún lugar visible de su ciudad, lo documente fotográficamente y envíe el material al artista.
Convencido hasta la médula de la dimensión política de su trabajo, JR es consciente de que ni él ni sus amigos pueden arreglar los males del mundo así. Pero para él, ciertas conquistas, por pequeñas que sean, tienen un valor extraordinario. «Lo esencial es lo que puedes llegar a aprender y a experimentar cuando vas a esos lugares y frecuentas a esa gente; al fin y al cabo, bueno, ya sabes, somos de una cultura concreta y tenemos nuestros prejuicios en la cabeza, pero cuando en medio de una favela o de un inmenso poblado de hojalata de Kenia viene un tipo y te critica, o te pregunta por qué has hecho esas fotos así y no así, o te pregunta para qué sirve todo eso… es increíble».
La llegada al lugar de los hechos no suele ser fácil para él y sus colaboradores. «La primera pregunta, cuando llego a los sitios, es: ¿para quién trabajas, quién es tu jefe? Cuando les digo que no tengo jefe, preguntan: vale, entonces, ¿para qué ONG trabajas?, o bien: ¿para qué marca son estos anuncios? Les digo que no se trata ni de ONG ni de marcas publicitarias. Entonces preguntan: ¿¡pero quién te paga!? Y les digo que soy un artista y que trabajo por cuenta propia. Entonces preguntan que a qué se dedica mi padre. Solo empiezo a convencerles de verdad de lo que hago cuando les enseño mis libros».
O cuando a JR se le enciende el interruptor y se saca de la chistera algún truco de prestidigitador: por ejemplo, el falso fotomontaje que enseñó a Mauricio, su contacto en la favela Providência, donde se podía ver (JR lo muestra hoy con orgullo) la favela entera con todas sus casas cubiertas de fotos gigantes de ojos. Ese era el proyecto y, gracias a una mentira informática, ese pudo llegar a ser el resultado final.
Quedaron lejos los tiempos en que JR, nacido hace 28 años al oeste de París, se encontró una cámara de fotos en un vagón del metro y pasó a la acción. Grafitero en una primera fase («la verdad es que no era bueno»), decidió que, mientras que el lenguaje del aerosol se dirigía a una comunidad concreta, la fotografía hablaba un lenguaje universal. En 2005, y durante las violentas revueltas juveniles en la ciudad-dormitorio de Les Bosquets, en Montfermeil, cerca de París, logró infiltrarse entre las pandillas juveniles y, cámara en mano, retrató a los cabecillas de las protestas. JR no se dedicó a pegar las fotos en las paredes de Montfermeil… agarró su material, atravesó los bulevares periféricos que separan París de sus suburbios e inundó con sus imágenes (impactantes primeros planos de adolescentes y veinteañeros con caras de pocos amigos) las fachadas y paredes más chics de la capital. Había nacido una estrella. A partir de ahí -JR tenía 18 años- se inició una aventura que abarca espectaculares acciones en lugares de todo el mundo. Pero la que de forma definitiva le catapultó a la fama fue la titulada Face 2 Face, ejecutada en 2006 y 2007 en el muro de separación entre israelíes y palestinos: una serie de retratos gigantes de ciudadanos árabes e israelíes pegados a ambos lados del muro. Hasta sus más íntimos colaboradores intentaron disuadirle. «Es una locura, no podremos hacerlo y además es peligroso», le dijeron. Lo único que consiguieron fue una inyección intramuscular de amor propio para JR. El proyecto se hizo, ante la mirada incrédula de los soldados israelíes y de los palestinos, y fue todo un éxito en su carrera.
Porque hablamos, sin duda alguna, de una carrera, a pesar del aroma altruista y filantrópico que el personaje quiere aplicar a su actividad. Su galerista londinense no es otro que Steve Lazarides, es decir, el mismo del muy publicitado, muy desconocido y muy cotizado Banksy. Pero, una vez más, JR rompe moldes y, al contrario que este último, no permite hacer tiradas amplias de sus obras, a lo sumo dos o tres copias de cada una. De momento, acude cada día a trabajar a su estudio, situado junto a la estación de metro Alexandre Dumas. Se mueve por París en una Kawasaki amarillo limón. Esta mañana ha llegado tarde a la cita con el periodista y no sabe cómo pedir disculpas: «¡Perdón, perdón… es que esta mañana mi novia y unos amigos me han dado una sorpresa y me han subido a lo alto de la columna de la plaza de la Bastilla, que está prohibidísimo, y no podía decir que no… Se ve todo París!». Allí, en su estudio-refugio, piensa y organiza con varios de sus ayudantes el próximo proyecto en cualquier rincón del mundo, ya sea con los permisos oficiales pertinentes… o de forma clandestina. «Me gusta moverme en las dos situaciones; lo que ocurre es que, por ejemplo, si mañana yo fuese a Madrid y trabajara de forma ilegal, solo podría hacer instalaciones de pequeño formato; si, por el contrario, tengo permisos municipales para pegar fotos en fachadas de edificios, el resultado será distinto, está claro que lo verá mucha más gente. Pero lo que de verdad me importa es que la concesión de un permiso no mate el espíritu de mi trabajo».
Su única visita a España se produjo el año pasado, en Cartagena, durante el festival La Mar de Músicas: JR cubrió fachadas de casas, depósitos de combustible y edificios en ruinas con fotografías de gente mayor: era el proyecto Los surcos de la ciudad, que luego ampliaría en Shanghái, donde estuvo a punto de ser detenido tras forrar una torre-depósito de agua, y Los Ángeles. «También estuve a punto de montar una acción en Madrid, llegué a ir, me reuní con representantes del Ayuntamiento… Pero como se iba a hacer entre ellos y un galerista y no supieron poner de acuerdo sus agendas, la cosa quedó en nada. Así que, en resumidas cuentas, prefiero depender solo de mí, moverme según mis tiempos y no tener que estar esperando el sí de alguien al que le viene bien en ese momento y no en otro».
Las favelas de Río, los puentes destrozados por la guerra en Liberia («es el lugar en el que peor lo pasamos, hubo situaciones muy tensas con los rebeldes»), las calles de India, los poblados gigantescos de Kenia, la apacible Suiza, los puentes de París, las ollas a presión de los suburbios, y muy recientemente la huella de la revuelta en Túnez… cada uno de los proyectos es analizado al milímetro por JR y su equipo, y si es aceptado, milimétricamente preparado. Ninguna decisión se toma por las buenas: «Mira, desde hace 10 años hay algo que se mantiene intacto, y es mi círculo estrecho de amigos y colaboradores, y eso me ayuda a no perder la cabeza; todos hablamos, todos opinamos, todos criticamos, y entre todos decidimos si el proyecto merece la pena o es una gilipollez. Y luego están los códigos que todo artista se autoimpone, y el marco que la misma sociedad impone al artista. Sí, claro, está muy bien eso de ‘aspiro a la absoluta libertad artística’, pero no es así, siempre hay un marco, y nos lo pone la sociedad, y además es necesario para el artista, el artista necesita problemas e impedimentos. Yo nunca habría viajado hasta India para pegar fotos en las calles si no hubiera sabido que estaba terminantemente prohibido. Y lo mismo en China».
JR, así, a secas. Un tipo de París y de todas partes, un grafitero adolescente reconvertido en ídolo de juventudes y en personaje influyente que se reúne con líderes mundiales y expone en la Tate Modern. Un tipo sin patria clara; por si hay dudas al respecto, lo explica mirando de reojo al presidente Sarkozy y sus afanes identitarios: «Yo tengo orígenes españoles por parte de mi abuelo materno, también tunecinos y franceses, y la verdad es que a mí ya me resulta un poco grotesco decir ‘soy francés’, porque la verdad es que soy de todos lados, soy de donde estoy. Todas esas corrientes de defensa de la identidad francesa puestas en pie por Sarkozy me parecen peligrosísimas».