La fotografía ya no refleja la realidad
ALBERTO MARTÍN 24/04/2010 El Pais
La revolución desencadenada por la tecnología digital lleva al fotógrafo Joan Fontcuberta a preguntarse cómo será ésta en el futuro. Advierte en un libro de la necesidad de superar el vocabulario analógico y enfrentar la nueva relación con lo real
En 2008, Joan Fontcuberta dirigió un encuentro teórico que tituló ¿Soñarán los androides con cámaras fotográficas?
Bajo este provocador enunciado pretendía provocar una reflexión prospectiva acerca del futuro de la fotografía: ¿qué vendrá después de la tecnología digital? ¿Cómo será la fotografía del futuro? En la recapitulación que Fontcuberta realizaba al cerrar el encuentro reconocía, en un sano ejercicio de autocrítica, que el intento de prospección había fallado, y que su sensación era «como si la confrontación entre lo analógico y lo digital no hubiese sido todavía digerida y retuviese aún, obsesivamente, la prioridad de nuestras preocupaciones. Como si no fuésemos capaces, o por lo menos, como si nos doliera soltar amarras con un tipo de imágenes que han sido muy importantes para forjar nuestra sensibilidad durante más de un siglo y medio». Dos años después, con la publicación de una recopilación de textos agrupados bajo el título de La cámara de Pandora, Joan Fontcuberta responde por su cuenta y en extenso a aquel reto. Pero no lo hace ofreciendo una salida fácil o aventurada (según se mire) a la pregunta sobre el futuro de la fotografía, sino ajustando cuentas con aquello que viene antes de poder pronosticar el porvenir: releyendo el pasado y desmenuzando el presente del medio fotográfico. De hecho, en este libro, tanto como ahondar en lo que supone ya el nuevo paradigma tecnológico de la fotografía digital, se prepara también para revisar a través de diversos ejemplos, postulados o prácticas, esa confrontación aún no digerida entre fotografía analógica y digital, y los motivos de nuestro apego a una cultura fotográfica que para él ya debería estar superada. Una necesaria superación que recalca el propio subtítulo del libro, La fotografí@ después de la fotografía. El emplazamiento de este conjunto de textos se sitúa precisamente en el umbral de la aparición de algo que aún no sabemos cómo nombrar, pero que atisbamos que no será «la fotografía», o al menos no aquella con la que, como dice Fontcuberta, parece que aún mantenemos una cuenta pendiente teñida de nostalgia y melancolía. A falta de la aparición de un término que designe el nuevo orden visual que acaba de empezar, las páginas de este libro alertan con claridad sobre las distorsiones y rémoras que genera la persistente utilización del viejo vocabulario ligado todavía a la fotografía analógica. La persistencia de las palabras guía la persistencia de las mentalidades. Pero no se trata sólo de palabras, también de la concepción de la historia de la fotografía y de la propia ontología del medio. Fontcuberta insiste, por una parte, en que no nos han contando bien la historia de la fotografía; pero confía, por otra, en que con el advenimiento de las tecnologías digitales se derribe por fin el telón, y ahora «hasta los profanos puedan percibir la ‘gran mentira’ de la fotografía, o su verdadera cara, esto es, la inevitable manipulación que opera en el proceso de toda imagen». A partir de estas advertencias y como respuesta a ellas, Fontcuberta aparece a lo largo del libro como un rastreador y recopilador de historias, de nombres olvidados o poco conocidos, de anécdotas, de coincidencias, de paradojas, de usos cotidianos, de toda una serie de elementos que en su conjunto podrían conformar los pilares de una especie de historia oculta o secreta de la fotografía. Una historia que se sitúa en la orilla opuesta a la que ocuparía la certeza como andamiaje ideológico e histórico de la imagen fotográfica. Se trataría así de poner en evidencia la alianza y cohesión entre fotografía y empirismo que ha sustentado la historia del medio, una alianza que impuso los valores de neutralidad descriptiva y verosimilitud y, en consecuencia, asentó el imperativo documental de la fotografía. Contra este imperativo Fontcuberta acumula argumentos y aporta pruebas cuya finalidad última sería cuestionar los límites que separan lo verosímil de lo inverosímil, lo real de lo imaginario. Para él, la fotografía es, antes que espejo, especulación, y sólo a través de ésta es posible atravesar las diferentes capas que conforman la realidad. Desde esta posición, la llegada del nuevo paradigma digital vendría a abrir la puerta a una posible desestabilización de los valores que han apuntalado la fotografía analógica, o aún más a su sustitución por otros. En este sentido, aunque a lo largo de este proceso de mutación y cambio al que asistimos actualmente se hayan intentado transferir a la fotografía digital los valores y las aplicaciones de la fotografía analógica, lo cierto es que para Fontcuberta las diferencias entre ambas son evidentes: las fotografías analógicas significan fenómenos, las digitales conceptos; la analógica describe, la digital inscribe; de la huella y la fiabilidad a lo virtual y lo especulativo; de la descripción al relato. No estaríamos pues ante un proceso de simple transformación de la fotografía fotoquímica, sino ante la introducción de «toda una nueva categoría de imágenes que ya hay que considerar ‘posfotográficas’; aunque la pregunta de si la fotografía digital es todavía fotografía seguiría, por el momento, sin una respuesta concluyente. Lo que sí atisba, no obstante, es que imagen digital e imagen pictórica son una misma cosa, esto es, que su naturaleza estructural es la misma. Y sobre este punto, Fontcuberta avanza una de sus más provocativas afirmaciones: «La convergencia de ambos sistemas [imagen digital y pintura] invita a pensar que en el devenir de las imágenes la evolución lógica hubiese sido pasar de la pintura al infografismo. La pintura tenía que haberse desarrollado implementada por la tecnología hasta la imagen digital. Sin embargo, no sucedió así y entre ambos procedimientos se infiltró la fotografía (…). Según ese esquema, la fotografía aparece como un accidente histórico, una anomalía, un paréntesis en lo que cabía esperar de una genealogía previsible de las imágenes». Un largo paréntesis que habría estado caracterizado por el predominio del programa realista del medio fotográfico, una historia, en definitiva, unitaria y monolítica en torno a los conceptos de verdad, evidencia y empirismo. La aportación más radical del nuevo orden propiciado por los medios electrónicos vendría a ser, entonces, la alteración y modificación de estos parámetros, en suma, un efecto de «desrealización», una disolución del principio de realidad que afectaría de modo definitivo a nuestra forma de construir la realidad, a la concepción que nos hacemos del mundo y a nuestro modo de relacionarnos con él. Geoffrey Batchen terminaba acertadamente su fundamental estudio sobre la concepción de la fotografía, titulado Arder en deseos, con las siguientes palabras: «El final de la fotografía debe conllevar la inscripción de otro modo de ver -y de ser-. He sugerido que la fotografía ha sido perseguida por el espectro de esa muerte a lo largo de su prolongada existencia, de la misma forma que siempre ha contenido aquella misma digitalización, la que supuestamente le asestará el golpe mortal. En otras palabras, lo que está en juego en el debate actual sobre la creación de imágenes digitales no es solamente el posible futuro de la fotografía, sino también la naturaleza de su pasado y de su presente». En La cámara de Pandora, Fontcuberta responde a esas dos cuestiones: no sólo se aplica a escrutar con dedicación el pasado y presente de la fotografía, sino que también apunta hacia el surgimiento de ese «otro modo de ver y de ser». Y concluye que si, tal vez, aún no se ha comenzado a edificar, desde luego ya están colocados los cimientos. Parafraseando al propio autor: adiós a las imágenes del mundo, demos la bienvenida al mundo de las imágenes.
La cámara de Pandora. La fotografí@ después de la fotografía. Joan Fontcuberta. Gustavo Gili. Barcelona, 2010. 192 páginas. 24 euros.